viernes, 19 de agosto de 2016

HISTORIA DE LAS TELECOMUNICACIONES EN ARGENTINA (‎Parte 2‬)


La nacionalización de los servicios telefónicos (1946-1955).
Por Gustavo Fontanals (*)
Esta segunda entrega de la historia de las telecomunicaciones en Argentina reseña las políticas de los primeros gobiernos peronistas hacia la telefonía, centradas en la nacionalización y estatización de los servicios. Eso representó un importante giro respecto de la larga etapa anterior (1878-1946), impulsada por el desarrollo comercial de las operadoras privadas (véase Parte 1 en Fibra 7).
El proceso de nacionalización y estatización de los servicios telefónicos se inició con la nacionalización de la Unión Telefónica, la compañía que por más de 60 años controló los servicios en la zona más rentable del país (de Buenos Aires a la región pampeana, Santa Fe y Córdoba), operando más del 90% de las líneas nacionales. Y fue seguido al poco tiempo con la compra de otras operadoras locales y la estatización de los servicios en la Dirección Nacional de Teléfonos del Estado, consolidando el control público en la mayor parte del país. A lo largo de la siguiente década, sobre la base de importantes aportes del Tesoro Nacional, se registró una fuerte expansión del servicio, con la instalación de nuevos tendidos y centrales locales y la integración de la red mediante nuevas líneas troncales. Esa fue la estructura que en 1956 dio lugar a la Empresa Nacional de Teléfonos (ENTel), el operador estatal que controló el sector durante las siguientes tres décadas.
La nacionalización: creación de la Empresa Mixta Telefónica Argentina (EMTA)
La llegada de Perón a la presidencia y la puesta en marcha de las políticas de mayor intervención estatal en la economía modificaron radicalmente la actividad del sector. A poco de asumir el gobierno, en el marco de un debate acerca del uso que debía darse a las reservas de oro y divisas que la Argentina había acumulado durante la Guerra, el Ejecutivo puso en marcha una amplia política destinada a la compra de activos de compañías extranjeras que contralaban importantes sectores de infraestructura, como trenes y tranvías, puertos, distribuidoras de gas, generadoras y transportadoras eléctricas, y teléfonos.
Esa política no encontró en general fuertes resistencias a sus objetivos, sino fundamentalmente a las modalidades con las que se la puso en práctica, como el carácter secreto de las negociaciones o los montos o condiciones estipulados. Sucede que el avance de la intervención directa del Estado en la economía, reforzando sus atribuciones regulatorias o directamente como productor de bienes o prestador de servicios, era una tendencia creciente a nivel mundial. Esta había despuntado en Europa con la Primera Guerra Mundial, se había reforzado tras la crisis de 1930 y se había consolidado durante la Segunda Guerra Mundial, difundiéndose posteriormente a nivel global en un proceso de emulación política.
En el caso específico de la telefonía, la conformación de grandes empresas públicas de carácter monopólico se había consolidado en Europa en las décadas de 1920 y 1930, en un proceso que había reforzado las tempranas nacionalizaciones de las redes de larga distancia (bajo objetivos de integración nacional) con la incorporación de las redes urbanas e interurbanas de las operadoras privadas existentes. Como explicamos enFibra 3 al analizar la evolución del sector a nivel mundial, operaron en esto justificaciones de tipo político y militar/estratégico (como soberanía, defensa nacional e independencia económica), pero también de eficiencia productiva, a partir del reconocimiento de las condiciones de monopolio natural que caracterizaban al sector.
En breve, el hecho de que el servicio se brindara a través de una red dotaba al negocio de fuertes economías de escala y de densidad (costos decrecientes al tamaño y a la cantidad de usuarios servidos), que hacían económica y socialmente más eficiente su prestación a través de una empresa monopólica, en la generalidad de los casos de propiedad pública. A la vez, el control estatal de esos monopolios hacía posible el impulso de políticas de desarrollo industrial nacional, por medio del uso de su poder de compra. Esas políticas se extendieron luego de la Segunda Guerra por América Latina, y se difundieron como práctica usual a nivel mundial hasta mediados de la década de 1980 (Duch, 1994).
En Argentina, los partidarios de la nacionalización del servicio venían impulsando un consenso desde principios de la década de 1940, aludiendo a la precariedad de los permisos con los que operaban las empresas y al alto costo de las tarifas, producto de las estrategias para saltear la regulación tarifaria (alteración de estados contables y ganancias para justificar actualizaciones de precios, aplicación de múltiples cargos extra). De a poco el consenso se robusteció, así como las críticas a la Unión Telefónica, y tras el Golpe militar de 1943 se dispuso avanzar con la valuación del patrimonio como paso previo a su nacionalización (Bellini, 2013).
La asunción de Perón como Presidente terminó de dar impulso a las políticas de nacionalización de servicios públicos, las que pronto se pusieron en marcha, aunque con una estrategia paulatina. No se avanzó inicialmente con estatizaciones completas, sino con la conformación de empresas mixtas, con un control mayoritario por parte del Estado nacional, pero conservando parte del capital privado extranjero. A la vez, se preveía la incorporación de nuevo capital nacional mediante la emisión de acciones, así como de participaciones para los trabajadores (CEPAL, 1976).
En septiembre de 1946, el Gobierno nacional concretó la compra a la estadounidense International Telephone & Telegraph Company (ITT) de la totalidad de los bienes y acciones de la Unión Telefónica, a cambio de 95 millones de dólares y la asunción de sus pasivos nacionales e internacionales. Como parte de la operación se firmaron dos acuerdos complementarios, por los cuales la ITT seguiría brindando durante 10 años asesoramiento técnico para la explotación del servicio (a cambio de una tasa fija del 3% sobre los ingresos brutos de la empresa), a la vez que su subsidiaria Standard Electric y mantendría la exclusividad del aprovisionamiento de equipos y repuestos (Herrera, 1989). La operación fue negociada y suscripta por el Gobierno nacional ad referéndum del Congreso, que pocos días después lo ratificó con la sanción de la Ley 12.864.
La operación se sostuvo en un proceso de convergencia de los intereses de los principales actores intervinientes: la ITT, el Gobierno nacional y el cada vez más poderoso sindicato de la empresa. La ITT ya se mostraba interesada en desprenderse de la operadora, dadas las mayores exigencias económicas y operativas, debido al refuerzo del control tarifario y a las crecientes dificultades para el mantenimiento, prestación y expansión del servicio, que enfrentaba cada vez más demanda insatisfecha. Lo que había generado un clima de protesta social contra la empresa, coincidente con quejas similares hacia otras compañías privadas de servicios públicos en la época. A la vez, enfrentaba un duro conflicto con la organización gremial, un sindicato que de la mano del control de la empresa sobre el sector había tomado cada vez más fuerza sectorial pero también política, y que había pasado a reclamar por la nacionalización del servicio (Schvarzer, 1993).
Esto llevó a la ITT a considerar seriamente la posibilidad de retirarse del negocio. Lo que acorde a las condiciones de venta,y principalmente a los acuerdos conexos de exclusividad en asesoramiento y provisión, terminó conformando un excelente negocio: le permitió conservar beneficios de carácter monopólico, pero sin el costo político de aparecer como propietaria de la empresa. Esta coincidencia de intereses, que se mantuvo casi intacta durante una década, propició una fuerte expansión del servicio: el interés del gobierno, el sindicato y los usuarios para su extensión se replicó en el de la compañía extranjera, dado que cada nueva línea instalada implicaba la compra de equipos a la Standard Electric y un mayor pago por asesoramiento (como parte de los ingresos crecientes de la empresa).
La operación dio origen a la Empresa Mixta Telefónica Argentina (EMTA). En este caso, no obstante, no contaba con inversores privados, dado que se compró la totalidad de las acciones a la ITT. Y aunque se realizó una emisión de acciones, el Estado procedió pronto a su recompra, alegando “el interés político de los privados en dirigir la empresa” (Bellini, 2013).
Durante el año y medio de existencia de la EMTA, la expansión del servicio se concentró fundamentalmente en el conurbano bonaerense, que a lo largo del período de guerra había quedado relegado frente al fuerte crecimiento de la población producto de la migración interna.
La nacionalización no implicó inicialmente mayores cambios en cuanto a la regulación pública del sector, que se mantuvo acotada a los decretos de 1935 y 1936, que establecían el carácter de servicio público, el control tarifario y algunas condiciones de explotación (véase Fibra 7). Y en general no afectó al resto de las empresas y cooperativas telefónicas del país, que continuaron prestando sus servicios acorde a éstos, sobre la base de múltiples permisos municipales o provinciales (que habían sido declarados precarios en esos decretos, pero siguieron vigentes).
La estatización: creación de la Dirección Nacional de Teléfonos del Estado
La situación comenzó a cambiar a principios de 1948, cuando el Gobierno nacional decidió profundizar su estrategia de nacionalizaciones, impulsando la estatización total en la mayoría de los servicios públicos; lo cual fue incorporado en la legislación con la sanción de la Constitución Nacional de 1949, que declaró a los servicios públicos como responsabilidad exclusiva del Estado nacional, previéndose la compra o confiscación de aquellos que aún estuvieran en manos privadas.
En el caso de los teléfonos, la nueva estrategia dio lugar a dos procesos separados pero convergentes. Por un lado, se procedió a la incorporación de EMTA al Estado nacional, convirtiéndola en un nuevo ente público denominado Dirección General de Teléfonos del Estado (TE), bajo la jurisdicción del flamante Ministerio de Comunicaciones. Por otro lado, se puso en marcha un proceso de compra de empresas privadas y cooperativas que brindaban el servicio en el interior del país, las que progresivamente se fueron incorporando a TE. Entre 1948 y 1952, a través de negociaciones particulares con cada una, se procedió a la compra de la mayoría de las empresas telefónicas del país, aumentando el número de abonados y, principalmente, la cobertura territorial de la empresa estatal. No obstante, la política no comprendió a la totalidad de las operadoras, acorde al desarrollo de las negociaciones, que en varios casos no progresaron. El Gobierno no procedió nunca a expropiaciones o confiscaciones, para lo cual se requería, acorde a la Constitución, la sanción de una ley nacional específica. Pero tampoco recurrió a la anulación de los permisos de carácter precario con los que las empresas venían operando.
El principal caso de negociaciones en que no se llegó a un acuerdo es el de la Compañía Entrerriana de Teléfonos (CET) y la Compañía Argentina de Teléfonos (CAT), las empresas de la sueca Ericsson que controlaban cerca del 7% del mercado y eran operadoras únicas en una importante porción del país (cubriendo las provincias de Entre Ríos —CET— y Mendoza, San Juan, Santiago del Estero, Tucumán y Salta —CAT —). Ericsson se mostró desde el principio dispuesta a venderlas, acorde a la misma lógica de la ITT de deslindarse de la responsabilidad de aparecer como propietaria de un servicio criticado por sus deficiencias. Pero buscaba obtener un precio y condiciones de venta semejantes. Algo a lo que el Gobierno no se mostraba dispuesto, ya que se contradecía con el acuerdo en marcha con la ITT, además de que Ericsson no contaba con producción local de equipamiento. Las negociaciones se extendieron, en un contexto cada vez más exigente para Ericsson, y la venta estuvo a punto de concretarse en 1955, pero tras el golpe de Estado el gobierno militar decidió descartarlo. Esas empresas permanecieron por más de treinta años como las únicas operadoras privadas con cobertura regional, ejerciendo un monopolio en varias provincias.
El dominio estatal del servicio sí fue absoluto para el segmento de llamadas de larga distancia nacional, que quedó a cargo de TE. Salvo en los casos de CET y CAT, el ente estatal adquirió los tendidos interurbanos existentes, a la vez que procedió a la instalación de nuevas redes troncales e interurbanas destinadas a fortalecer la integración de su propia red y la interconexión con las empresas y cooperativas locales que siguieron operando, a las que pasó a brindarles el servicio (ENTel, 1981). No ocurrió lo mismo con las comunicaciones internacionales, que siguieron más de dos décadas en manos de cuatro operadoras privadas de control extranjero.
Conclusión. La expansión e integración del servicio durante la primera década de control estatal
La primera década de control estatal del servicio telefónico se destacó por la estabilidad relativa de los objetivos e intereses perseguidos, lo que hizo posible una fuerte expansión. Desde su formación, la EMTA mantuvo las pautas organizativas heredaras de la empresa existente, bajo el asesoramiento de la ITT. La incorporación al Estado como Dirección Nacional en 1948 tampoco dio lugar a grandes cambios operativos. Esa estabilidad se conjugó con la coincidencia de los intereses de los principales actores: el Gobierno nacional, la dirigencia de la empresa, los sindicatos y la ITT como asesora y proveedora. Y se sostuvo sobre la base del interés gubernamental de expandir la empresa y el servicio, mediante la compra de operadoras y la instalación de nuevos tendidos y centrales a lo largo del país. Esto aseguró los fondos necesarios para la expansión, que provinieron fundamentalmente de aportes del Tesoro Nacional (más que de los resultados operativos, que por un lado no podían sustentar tanta inversión, y que gradualmente se vieron reducidos por el congelamiento de tarifas con objetivos anti-inflacionarios). La ampliación de los servicios telefónicos se incorporó como uno de los ejes del Segundo Plan Quinquenal puesto en marcha en 1952, con el propósito no sólo de llegar a más sectores de la población, sino también de promover el desarrollo de la fabricación local de equipamiento (Herrera, 1989).
La empresa estatal pasó de los 520 000 abonados recibidos en 1946 a 1,1 millón para 1955. A su vez, se realizó el tendido de cientos de miles de kilómetros de líneas troncales y locales para fortalecer la integración y penetración de la red, se instalaron nuevas centrales y terminales automáticas, y se multiplicaron los teléfonos públicos, antes limitados (ENTel, 1981). La expansión condujo a que, a mediados de 1955, Teléfonos del Estado se ubicara entre las diez primeras administraciones telefónicas del mundo en líneas instaladas y séptima en cantidad de llamadas cursadas. Según estadísticas de 1957, la Argentina contaba con un 43% de los teléfonos instalados en América del Sur, mientras que Buenos Aires registraba el doble de densidad telefónica que cualquier otra gran ciudad de la región (Hill y Abdala, 1993).
No obstante, hay tres aspectos de esa modalidad de expansión que deben anotarse, y que caracterizaron a la empresa estatal de ahí en adelante. Por un lado, la heterogeneidad técnica de la red, desarrollada sobre la base de los múltiples tendidos absorbidos por la empresa estatal, resultantes en una integración de tecnologías y sistemas diferentes que se mantuvo a lo largo del tiempo. Por otro, la fuerte disparidad en la distribución territorial de las líneas, con una importante concentración en el Área Metropolitana de Buenos Aires y en menor medida en la región pampeana. Esta fue heredada en buena parte de la Unión Telefónica, pero a la vez la primera etapa de expansión de la empresa pública se concentró en el conurbano bonaerense, con fuerte demanda insatisfecha. A partir de 1952, la expansión se enfocó hacia el interior del país, pero esa distribución tan desigual persistiría.
Finalmente, un legado sobre la configuración estructural del sector: más allá de que la empresa estatal se quedó con el control monopólico del servicio en todo lugar donde se decidió a hacerlo, no alcanzó a la totalidad de las empresas, muchas de las cuales siguieron operando en sus localidades o regiones. Ese esquema se mantuvo durante los más de 30 años de existencia de la Empresa Nacional de Telefónos (ENTel), que retuvo el control sobre más del 90% de las líneas totales, pero estuvo acompañada por cientos de operadoras locales y las regionales CET y CAT. Pero esa ya es otra historia, a la que volveremos.
(*) Universidad de Buenos Aires. En Twitter es @Phillynewrocker.
Referencias:
– Belini, C. (2013): Peronismo, nacionalizaciones y sociedades mixtas. El fracaso de EMTA, HIB.
– CEPAL (1976): Las empresas públicas en la Argentina, CEPAL.
– Duch, R. (1994): Privatizing the Economy: Telecommunications Policy in Comparative Perspective, The University of Michigan Press.
– ENTel (1981): 100° Aniversario del Servicio Telefónico en la Argentina (1881-1981), Marchand.
– Herrera, A. (1989): La revolución tecnológica y la telefonía argentina, Editorial Legasa.
– Hill, A. y Manuel A. Abdala (1993): “Regulation, Institutions, and Commitment: Privatization and Regulation in the Argentine Telecommunications Sector”, World Bank Policy Research Working Paper 1216.
– Schvarzer, J (1993): “El proceso de privatizaciones en la Argentina”, en Realidad Económica Nro 120.

viernes, 12 de agosto de 2016

HISTORIA DE LAS TELECOMUNICACIONES EN ARGENTINA (PARTE 1)



Origen y desarrollo de la telefonía como negocio privado (1878-1946)
Por Gustavo Fontanals
Se ha escrito muy poco sobre el origen y la evolución de las telecomunicaciones en Argentina. Quizá reflejo del escaso interés público en el sector, quizá agravado por una notoria falta de fuentes y datos sobre su evolución. Como sea, existe un vacío, que no se da en otros países, ni en otros sectores en el país. Si se indaga con atención es posible hallar uno u otro texto, sobre un período determinado, sobre una empresa en particular, sobre cierta coyuntura política-sectorial, y en general refieren la dificultad de dar con fuentes y documentos primarios. Extrañado, interesado, procuré por largo tiempo recopilar, por aquí y por allá, textos, documentos, datos, testimonios con el fin de contrastarlos y homogeneizarlos para hilar una historia. Fibra me da ahora la oportunidad de difundirla en una serie de notas, simplificadas para no agobiar, que intentarán interesar al lector casual.
Esta primera entrega parte por el principio: el origen de la telefonía en Argentina, su evolución durante una larga primera etapa caracterizada por la gestión privada del negocio (1878-1946). Se da cuenta de la progresiva emergencia de numerosas operadoras privadas independientes, en su mayoría de propiedad extranjera, que brindaban el servicio en áreas delimitadas. Así como del escaso involucramiento del Estado, no sólo en la prestación del servicio, sino también en su control. A lo largo de esa etapa fue básicamente el interés comercial de las empresas el principal factor de desarrollo del sector. Lo que, veremos, resultó en efectos de largo plazo para la estructura del negocio y de las redes de telecomunicaciones en el país.
Los orígenes de la telefonía en Argentina: la multiplicación de operadoras y redes fragmentadas
Los orígenes de la telefonía, sobre los que escribimos en el número anterior de Fibra, conforman una historia intrigante, con efectos que se prolongaron durante décadas no sólo en su país de origen (Estados Unidos), sino también a nivel mundial. Eso incluyó muy pronto a la Argentina, un país fértil y pujante que se convirtió en terreno de puja por parte de compañías internacionales.
La primera comunicación telefónica en el país se realizó en Buenos Aires en 1878, tan sólo dos años después de que la tecnología fuera patentada. Se trató de un experimento público desarrollado por dos ingenieros argentinos que ya venían trabajando en el telégrafo, Carlos Cayol y Fernando Newman, que con aparatos fabricados por ellos mismos e instalados sobre la red telegráfica conectaron el diario La Prensa con la Administración de Telégrafos del Estado. Siguieron a eso nuevas demostraciones e incluso servicios para la Policía Federal. Finalmente conformaron una sociedad para comercializar el producto, y solicitaron al Gobierno una concesión que les diera el privilegio exclusivo, en virtud de su desarrollo nacional. Pero no la obtuvieron y nunca llegaron a prestar servicios comerciales. Pronto se vieron enfrentados a la fuerte competencia de empresas de capital extranjero, que desembarcaron en la receptiva Argentina de fines del siglo XIX, buscando quedarse con un negocio que ya mostraba enorme potencialidad (Tesler, 1990).
Los orígenes de la telefonía conforman una histo­ria intrigante, con efectos que se prolongaron duran­te décadas no sólo en su país de origen (Estados Uni­dos), sino también a nivel mundial.
A principios de 1881, mediante tres decretos firmados por el presidente Julio Argentino Roca, se otorgaron permisos oficiales a tres empresas para la prestación de servicios telefónicos: la Compañía de Teléfonos Gower-Bell de origen inglés, la Société du Pantéléphone L. de Locht de procedencia belga, y la Compañía Telefónica del Río de la Plata, subsidiaria de la estadounidense Bell. Dichos permisos eran de carácter local, dado que autorizaban la prestación del servicio y la instalación de redes en “la Capital y sus suburbios”. Y no establecían “privilegios de ningún tipo” entre las compañías, que quedaban en un régimen de competencia (se iniciaba el negocio con varias empresas o quedaba abierta la posibilidad de ingreso de nuevas operadoras). Como veremos, tampoco fijaban un plazo para la autorización, ni establecían obligaciones de ningún tipo en la prestación, determinando desde el inicio la nula intervención pública sobre el desarrollo y el desempeño del servicio, que quedaba librado a los objetivos comerciales de las firmas (Berthold, 1921). La autorización de carácter local, la posibilidad de competencia y la falta de obligaciones explícitas pueden ser contrastados con la legislación que afectó al telégrafo en Argentina casi desde sus orígenes, que quedó sujeto a control federal, bajo derechos monopólicos y obligaciones públicas para cada línea (con la intención de no duplicar tendidos y favorecer su expansión a lo largo del territorio). Se debe tener en cuenta, sin embargo, que el telégrafo, capaz de brindar comunicaciones de larga distancia, era considerado como una herramienta fundamental para fomentar la integración nacional y su vinculación con el mundo (de ahí el ambicioso programa de expansión desarrollado durante la Presidencia de Sarmiento); mientras que el teléfono se originó como una tecnología meramente urbana, orientada a satisfacer usos sociales de las clases acomodadas o servicios comerciales o profesionales locales. Desarrollos posteriores hicieron posible comunicaciones de más largo alcance, primero interurbanas y luego internacionales, lo que pronto modificó la actitud de los Estados hacia el servicio, aunque se recogió de manera precaria en el caso argentino.
Por otro lado, también se diferenció de lo sucedido con otros servicios públicos o de uso difundido en el país, como ferrocarriles, tranvías o electricidad, que quedaron sujetos a regímenes de concesión, que debían ser aprobados en forma expresa por el Congreso Nacional —no por el Ejecutivo—, y solían incluir el pago de un canon, pero también una garantía de ganancia, además de ciertas obligaciones de prestación. Como veremos, más allá de ciertos intentos, las simples autorizaciones o permisos por empresa (del gobierno federal o de los municipales o provinciales) subsistieron por décadas, conformando un marco legal precario, fragmentado y heterogéneo sobre el sector.
Las tres operadoras iniciaron servicios de inmediato en Buenos Aires, que pronto se convirtió en la ciudad con más líneas telefónicas de América Latina. Y la competencia entre las empresas se volvió feroz, incluyendo la destrucción cruzada de equipamiento. La situación derivó en 1882 en un acuerdo que comprendió la fusión de la Pantéléphone con la Telefónica del Río de la Plata, dando origen a una nueva firma denominada The United Telephone Company of the River Plate, con sede en Londres y con la incorporación de capital británico. En 1886, esta concretó la compra de su competidora Gower Bell, dando origen a The United River Plate Telephone Company o Unión Telefónica (UT), la empresa que durante los siguientes 43 años mantuvo el dominio del negocio en Buenos Aires y lo extendió por buena parte de la fértil región pampeana.
El otorgamiento de autorizaciones específicas por com­pañía fue durante décadas la única intervención públi­ca sobre el sector.
Durante el primer año de control monopólico, la UT incrementó fuertemente las tarifas, a la vez que la calidad del servicio se vio degradada. Eso dio lugar a la emergencia en 1887 de una nueva empresa, la Sociedad Cooperativa Telefónica, creada por un grupo de usuarios disconformes de la UT (Berthold, 1921). Sobre la base de menores tarifas para el servicio, la cooperativa tuvo un rápido crecimiento y logró consolidarse, y se mantuvo por treinta años como la única alternativa a la UT en la zona más rentable del país, usufructuando el descontento con la dominante. En 1926, tras la sanción de la Ley de Cooperativas, cambió su estatuto a Compañía Telefónica Argentina.
Por su parte, allí donde la UT no encontró motivaciones comerciales para prestar servicios (esto es, más allá de las principales ciudades de Buenos aires, Santa Fe y Córdoba), se siguió durante años sin teléfonos (Mulleady, 1956). Recién progresivamente con el nuevo siglo y con más fuerza en las décadas de 1910 y 1920, fueron surgiendo nuevas operadoras locales o regionales en el interior del país. Por un lado, emergieron nuevas empresas que buscaban ingresar bajo motivaciones comerciales, concentrándose primero en las principales ciudades y extendiéndose luego hacia zonas aún no cubiertas que ofrecieran perspectivas de negocio. Paralelamente, fueron apareciendo algunas empresas cooperativas, orientadas a brindar el servicio en localidades específicas, en general no lo suficientemente atractivas desde el punto de vista comercial. Esto dio lugar a una estructura de servicio integrada por redes locales o zonales de tecnología heterogénea, algunas superpuestas entre sí en las áreas más rentables, con tendidos interurbanos y troncales que durante años conectaron sólo a las redes pertenecientes a la misma compañía (es decir, sin interconexión entre las diversas empresas). Esta heterogeneidad de redes se fue replicando, conllevando efectos de larga duración en el desarrollo del sector, afectando la eficiencia en la provisión del servicio (Giuliano, 2008).
Para 1913 ya existían 87 empresas telefónicas en todo el país, que aumentaron a 94 para 1922. Sin embargo, más del 90% de las líneas seguían correspondiendo a la región pampeana, principalmente a Buenos Aires, y la UT seguía siendo la empresa claramente dominante. Entre las nuevas operadoras se destacan la Compañía Entrerriana de Teléfonos (CET), creada en 1916 a partir de la compra de una red existente con la intención de prestar servicios en la región mesopotámica; y la Compañía Argentina de Teléfonos (CAT), creada en 1927 para operar en la provincia de Mendoza y extenderse luego por la región cuyana. Ambas empresas entablaron una relación para la provisión de equipamiento y tendido de redes con la compañía sueca Ericsson, que paulatinamente fue tomando participación accionaria y terminó controlándolas en forma total. Esas operadoras llegaron a captar cerca del 7% de las líneas totales del país, expandiéndose mediante la compra de pequeñas empresas locales y el desarrollo de nuevos tendidos, siempre en regiones en las que no estaba presente la UT y buscando operar bajo un esquema de empresa única o monopólica.
En 1927 se dio el desembarco en el país de la International Telephone and Telegraph Corporation (ITT), una compañía estadounidense creada para participar del negocio de prestación de servicios y provisión de equipamiento a nivel mundial, que ya había puesto sus ojos en América Latina (véase Fibra 6). La ITT adquirió primero a la Compañía Telefónica Argentina, que estaba sufriendo problemas financieros, y a otras tres operadoras menores de la región pampeana. Y en 1929 concretó el salto con la compra a los británicos de la Unión Telefónica, fusionando a todas sus controladas en una nueva empresa que siguió operando bajo el nombre de UT. Por los siguientes 17 años, esa compañía de capitales estadounidenses ejerció un monopolio en la ciudad de Buenos Aires y buena parte de la región pampeana, y mantuvo el control de cerca del 90% de las líneas del país.
Durante esos años, la expansión de la UT, así como de la CET y la CAT, implicó un proceso de concentración relativa del negocio, reduciendo el número de operadoras a 89 para 1936, y a sólo 43 para 1941. Por otro lado, se registró una notable expansión de las líneas, que pasaron de 205 000 en 1927 a 460 587 en 1941, lo que representaba cerca del 40% de las líneas totales de América Latina (superando a países como México y Brasil). A pesar de la fuerte expansión, la integración nacional de las redes siguió durante años sin ser obligatoria, a la vez que no estaba en el interés comercial de las empresas competidoras. Se llegó así a una situación en la cual, por ejemplo, abonados de la CAT en el norte argentino no podían comunicarse con abonados de la UT en la región pampeana, aunque sí podían realizar llamadas a Europa, mientras que abonados de la UT no podían conectarse con otros en Mendoza, pero sí con Europa o Estados Unidos.
La primera etapa de desarrollo de los servicios telefóni­cos en Argentina comprendió sesenta y cinco años de gestión privada en un contexto de escasa regulación pública, en los que el interés comercial de las empresas participantes operó como principal factor de desarrollo.
El control público sobre la telefonía: tardío, poco efectivo
El otorgamiento de autorizaciones específicas por compañía fue durante décadas la única intervención pública sobre el sector. Estos permisos variaban sus términos caso a caso, pero fue regla general la ausencia de obligaciones explícitas: no se fijaba plazo, ni pago de canon, ni control tarifario, ni requerimientos de calidad o cobertura. Eso resultó en un marco legal precario, que fue aprovechado por las empresas, principalmente las más grandes, para reforzar su poder de mercado y sus atribuciones sobre los abonados (Belini, 2013).
La intervención pública sobre el sector fue emergiendo con el paso del tiempo, bajo un esquema de golpes incrementales, producto de reacciones específicas ante la evidencia de problemas concretos, o como respuesta a planteos que daban cuenta de las tendencias internacionales. No haremos acá más que una enumeración sucinta, pero nos apresuramos a advertir que el Estado contó siempre con serias dificultades para hacer efectivo su cumplimiento.
La expansión fragmentada del servicio, junto a los crecientes problemas de jurisdicción para redes que se volvían cada vez más interurbanas y/o interprovinciales, atrajo finalmente la atención de las autoridades nacionales en 1904, con la sanción de la Ley 4408. Allí se declaró “comprendidas en las disposiciones de la Ley de Telégrafos Nacionales […] a las empresas de teléfonos y de radiotelegrafía que liguen un territorio federal con una provincia, dos provincias entre sí o un punto cualquiera de la Nación con un Estado extranjero”. Más allá de eso, no se incorporaba ningún tipo de regulación específica sobre el servicio telefónico.
En 1907, ante nuevas protestas por la política de precios de la UT, el presidente Figueroa Alcorta estableció por Decreto la fijación de la tarifa, que correspondía a un abono mensual fijo con un número ilimitado de comunicaciones (diferenciado para familias y comercios, y con un precio más elevado para la ciudad de Buenos Aires sobre el interior del país). No obstante, las compañías podían solicitar la actualización de la tarifa mediante informes de su situación financiera, y repetidamente se denunció la manipulación de sus estados contables con ese fin (Sánchez de Bustamante, 1942).
Entre 1910 y 1912 se dio un intento de mayor intervención pública, probablemente influenciado por las tendencias que se registraban a nivel mundial. Como vimos en Fibra 3 al considerar la evolución de las políticas de regulación a nivel mundial, en esos años se emprendió la nacionalización y unificación de los servicios telefónicos en grandes monopolios estatales en varios países de Europa, así como la instauración de un monopolio privado bajo observación pública en Estados Unidos. En 1910 se sancionó la Ley 7501, que comandaba “la ejecución de los estudios necesarios para la construcción de una red de comunicaciones telefónicas en todo el territorio de la Nación”, y que resultó en un proyecto para la compra de las redes troncales de las operadoras privadas. Y en 1912 el presidente Sáenz Peña sancionó dos decretos que establecían “las Bases para las concesiones telefónicas”. En una regulación severa, se establecía el carácter precario de las autorizaciones vigentes, sometiendo a las operadoras existentes y futuras a un régimen de concesión con un límite temporal de 30 años, tras lo cual debían revertir la propiedad de las redes al Estado Nacional (que además se reservaba el derecho de rescatarlas con anterioridad). También se ratificaba la potestad de control tarifario, se introducían obligaciones de cobertura y de interconexión de redes para las operadoras, y se establecía que en adelante sólo se concesionaría a una empresa por localidad (sin afectar a aquellas donde ya hubiera más de una).
Los decretos recibieron la dura crítica de las compañías, y las crónicas relatan que ya para 1913 el gobierno había flexibilizado su posición, depreciando el cumplimiento de esas normas (Berthold, 1921). Acorde con ello, en 1920 el presidente Yrigoyen emitió un nuevo decreto suspendiendo a los anteriores por resultar “parcialmente inaplicables y en la práctica inconvenientes”, y el servicio volvió a quedar sujeto a la ley de Telégrafos “hasta que se dictase oportunamente una nueva reglamentación”.
Lo que recién ocurrió en 1935, cuando ante la evidencia de los problemas que causaba la falta de interconexión de las redes, el presidente Justo sancionó un decreto para hacerla obligatoria, impulsando además un proceso de intercambio de redes entre compañías con el fin de avanzar en la unificación por regiones. Lo que se complementó con otro decreto de 1936 que establecía la “Reglamentación completa del servicio público telefónico nacional”, dirigido a “dar fin a una anarquía de regímenes de todo punto inconveniente […] en perjuicio del servicio mismo, que necesariamente debe realizarse dentro de una unidad de concepto que permita sea tan eficaz como las necesidades públicas lo exigen”. Allí se declaraba a la telefonía como un servicio público sujeto a jurisdicción nacional, fijando como autoridad de contralor a la Dirección Nacional de Correos y Telégrafos, estableciendo condiciones para su explotación y desarrollo, así como la aplicación de tarifas de abono “razonables y justas”. Asimismo, se ratificaba que los permisos con los que las empresas venían operando eran de carácter precario, remarcando que podían ser cancelados por la autoridad nacional. El decreto, que también recibió la dura crítica de las operadoras, encontró no obstante serias dificultades para su aplicación efectiva: aunque gradualmente se procedió a la interconexión de las redes, persistieron las resistencias a la regulación tarifaria, y se mantuvo por décadas la operación sobre la base de a los precarios permisos locales.
Conclusión. La tendencia a la concentración y al monopolio en telefonía
La primera etapa de desarrollo de los servicios telefónicos en Argentina comprendió sesenta y cinco años de gestión privada en un contexto de escasa regulación pública, en los que el interés comercial de las empresas participantes operó como principal factor de desarrollo. En ese marco, se fue consolidando una empresa claramente dominante a nivel nacional y que alcanzó una posición monopólica allí donde sus intereses de negocios lo dictaron: la UT mantuvo desde el comienzo un fuerte dominio sobre la región más rentable del país, el área metropolitana de Buenos Aires y las principales localidades de la región pampeana, y a partir del ingreso de la ITT lo consolidó como monopolio, convirtiéndose en operadora única en la mayor parte de esa zona. Durante esos años, su participación se mantuvo siempre cercana al 90% del total de las líneas. Por otro lado, allí donde la UT, o la CET o la CAT, no se propusieron brindar servicios, se establecieron y persistieron otras operadoras privadas de menor tamaño o emergieron pequeñas cooperativas en localidades específicas. En general, se replicó también un esquema de empresa única, o en todo caso de empresa dominante.
Esa dinámica del negocio estaría vinculada a una característica de la que ya se estaba dando cuenta institucionalmente a nivel internacional: rasgos como el peso de las economías de red y de escala determinaban las condiciones de monopolio natural del mercado telefónico, al menos durante su extensa etapa electromecánica. Consideraciones de ese tipo, en conjunción con argumentos políticos como soberanía, defensa e independencia nacional habían alentado la formación de grandes monopolios estatales en la Europa de entreguerras. Esa orientación de política no se implementó en el país (ni aclaremos fuera de Europa en general), sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se puso en marcha un proceso de difusión internacional que fue tornando al monopolio público como la práctica usual para el sector (veáse Fibra 3).
En el país, esa política fue puesta en marcha por el primer gobierno de Perón en 1946, en un proceso que comprendió primero la nacionalización de la compañía dominante UT, y se extendió progresivamente mediante la adquisición de otras operadoras en el interior. Pero esa ya es otra historia, sobre la que trataremos en el próximo número de Revista Fibra.
Referencias:
– Belini, C. (2013): Peronismo, nacionalizaciones y sociedades mixtas. El fracaso de EMTA, HIB.
– Berthold, M. (1921): History of the telephone and telegraph in the Argentine Republic 1857-1921.
– Giulinao, G (2008): Redes de información: Las telecomunicaciones en la Argentina de 1855 a 1936.
– Mulleady, R. (1956): Breve Historia de la Telefonía Argentina (1886-1956),Kraft.
– Sánchez de Bustamante, T. (1942): Los servicios públicos de teléfonos en la Argentina, FCE-UBA.
– Szymanczyk, O. (2011): Historia de las telecomunicaciones en la República Argentina, Dunken.
– Tesler, M. (1999): Teléfonos en la Argentina. Su etapa inicial, Eds. Biblioteca Nacional y Página/12.

Articulo en Revista FIBRA

viernes, 5 de agosto de 2016